Jugadores que jugaron como hinchas, esos que arrastraron un sueño que comenzó en 2014 y que, anoche, se hizo realidad de la forma más linda.
En un deporte pobre pero mercantilizado, el jugador promedio se mueve mirando cifras y elige jugar con la camiseta que más dinero le deja su bolsillo. No está mal, son las reglas del juego y así funciona el básquetbol hoy en día, en casi todos lados.
Pero, en algún rincón, todavía quedan esos que prefieren jugar con sus amigos, por la camiseta, por ese club que aman tanto como la gente que va a alentarlos, por los valores que le inculcaron desde chicos. Porque se conocen todos, los de adentro y los de afuera. Códigos de antes que, también ahora, siguen siendo motivo de orgullo.
La plata no paga la pasión, y por más profesional que intente ser un jugador de básquetbol, las ganas de ganar cuando se defiende la camiseta del club que uno es hincha, no se comparan con nada.
Este Larrañaga fue un equipo de jugadores identificados plenamente con el club, criados y formados en el Doña Natividad Rivera, la base de este proceso que arrancó con la DTA 2014 y que se mantiene hasta hoy le transmitió al que llegó de afuera esa pasión por defender los colores, con el anhelo de dejar al club lo más arriba posible.
El fin en común era la gloria. El sueño se hizo realidad y aquel Larrañaga que volvió a tercera, a partir de la próxima temporada verá su escudo en primera. Las caras se repiten, el proceso fue exitoso y la alegría inmensa.
La noche fue larga, la merecían.