Olivol Mundial tuvo una semana soñada en la que logró el ascenso a El Metro y gritó campeón en la DTA. Un club como el cual “no hay dos en el mundo entero” inspira esta columna para aquellos que están siempre.
"De acá a Japón" y "Los de siempre". Dos frases estampadas en banderas que fácilmente podrían estar unidas, formando una sola frase.
Entre las ansias de escuchar el silbatazo final y la emoción de ya saber que se vuelve al lugar que tanto extrañaban, se aloja la alegría y el esbozo de sonrisas dibujadas en rostros infantiles y añejos, todos productos de un factor común: el club del barrio.
Y es que el cierre de una etapa automáticamente abre el nacimiento de otra. Distinta, con otros ingredientes, pero con el mismo ímpetu y la misma esperanza. Así vive la gente de Olivol Mundial este ascenso al próximo Metro. Porque en tiempos de egoísmo y división, hay que tener empatía, justamente, por aquellos que dejan de lado su beneficio personal y piensan en el colectivo.
Quizá no es la barra más bullanguera ni la que más canta, pero créanme que en cada juego del mundialista se pueden ver las mismas caras. Son los mismos cada noche; la pareja de abuelos, los niños con el pelo pintado de amarillo y azul jugando con la pelota, los pibes que llegan media hora antes a colgar los trapos atrás de los aros, la banda de la cantina que se queda un rato post partido a tomar una, ya sea festejando la victoria o lamentando en la derrota. Son siempre los mismos.
Y cuando toca bajar a Tercera hay que redoblar esfuerzos. Afrontar. Como en la vida misma. Pero mire que es complicado. Uno de vez en cuando no tiene ganas de ir a estudiar, de ir a trabajar o de hacer lo que haya que hacer. Después ves a esta gente y decís: pucha, no es sencillo llevar un club adelante. Lo hacen por amor, por pasión, porque así lo sienten, así se lo inculcaron. A redoblar esfuerzos siempre que bajás, y subir con una pizca más de experiencia. Aunque después te toque bajar de nuevo.
Por todo eso, aunque parezca un logro mínimo, puertas adentro significa un montón. Un mimo al alma.
En tres años han subido y bajado la misma cantidad de veces. Y ahí están, siendo un club de barrio ejemplar para todo el resto. Compitiendo y formando. Celebrando y angustiándose. Ah, y con las mejores empanadas de jamón y queso de todas las cantinas del mundo.
Así lo viven. Subiendo la colina paso a paso con ese leve temor a que el viento los empuje hacia abajo otra vez. Poco les importa, los niños van a seguir yendo a jugar a la pelota, la pareja de abuelos seguirá sentada en la tribuna, los pibes seguirán yendo media hora antes para colocar los trapos y su gente continuará aportando granos de arena para que el club de barrio se mantenga firme. Aunque por dentro y por fuera, estén en un constante sube y baja de emociones.
¡Salú campeón! Está claro que no hay dos en el mundo entero…