Lunes, arranca la semana. No es un lunes más para los transeúntes del punto más alto de la capital. Los coterráneos aprontan el inicio de la semana con una sonrisa dibujada en el rostro. No se habla de otra cosa que no sea basquetbol, y eso que ayer Rampla dio un batacazo en el Centenario.

Las "iglesias" de la villa, esos centros culturales que reúnen familias, amigos y en donde los parroquianos cargan sus energías con aperitivos, fueron el epicentro de las reuniones durante los días previos. El basquet, vuelve a estar por encima de todo.

Los hinchas de Rampla celebran que verán los mismos colores en una cancha de basquetbol. Los de Cerro, aunque suene poco creíble, celebran también porque en esta están juntos. En esta batalla el verde y rojo no representa solo a uno, representa a todo barrio, unido.

Atrás queda la herradura que vistieron la temporada pasada. Esa temporada rara, distinta, en la cual nunca fue uno de los combatientes más temibles pero siempre fue uno de los enmascarados que se encargó de derribar ejércitos y logró llegar a donde está hoy.

Así fue, y así será su vida en esta nueva etapa. Saldrán a una nueva batalla, larga, costosa y cuesta arriba, como ha sido siempre, como lo marca su origen, su historia. Su herraje no va a ser uno más, va a ser fuerte, más duro que nunca, porque lo necesita y porque ellos lo saben.

Sus guerrilleros ya están listos. Su bunker en la calle Prusia, recientemente renovado tras un tremendo esfuerzo, ya luce sus mejores prendas y está pronto. No será el lunes su presentación en sociedad, sus más íntimos ya tuvieron la chance de conocerlo pero los espectadores tendrán que esperar.

Alfombra roja desde el punto más alto de Montevideo hasta la calle Frugoni. Un centenar de hinchas cruzarán la capital para seguir a sus guerreros en su primera batalla. El cuento de hadas se hizo realidad. Verdirrojo es el ombligo del mundo. Son un club, son un barrio. Llegó la primera en Primera.