Hay días que me gustaria tener una máquina del tiempo. Para abrazar a un familiar que ya no está, para viajar a aquella noche donde mi cuadro fue campeón y para seguir viendo a Esteban Batista jugar al básquetbol por Uruguay.
Ayer fue el último, el partido 116. Lejos de lo imaginado y lo merecido. Eliminados, con derrota y poco público en las tribunas. Con la confirmación que jamás va a jugar un Mundial con Uruguay. Duele porque siempre lo quiso, lo buscó, nunca falló ni dijo que no. Aún en adversidades enormes estuvo aguantando el mostrador.
Conmovió en aquellos torneos que eran una matanza, jugar casi todos los días durante dos semanas en encuentros exigentes ante potencias. Bancaba a los mejores, se mezclaba en la elite como habitat natural jugando sin poder salir a descansar. Durante veinte años hubo ilusión de llegar a un Mundial o a un Juego Olímpico porque había una sellada en el sobre celeste.
El reloj marca el paso del tiempo. El punto final llegó y Batista se fue dominando el poste. Como siempre. Obviamente sin el ida y vuelta ni la potencia física de antes, pero con la carpeta y los movimientos de piernas de clase A que le alcanzaron hasta el último día.
Fue tan superlativo su dominio y condición para generar ventajas desde los posteos que llevó a Uruguay a mantener un estilo de juego obsoleto en el mundo para disfrutar de su desnivel en la pintura. Quedaba solo un rincón del planeta donde el pivot se colocaba de espaldas para maniobrar ante su defensor. Hasta ayer.
Es lo único mínimamente positivo para encontrar; queda carta libre para modernizar el modelo. Grandes que generen desde las caídas o que se abran a tirar. La preocupación radica en quién va a ser el intérprete que ocupará ese lugar. No se puede esperar o salir a buscar otro Batista, seguramente no lo haya nunca. Habrá que arreglarse distinto.
Que no entrenaba, que llegaba tarde, que era bombero, que no cuidadaba su físico y no sé cuantas cosas más. Eso quedará para la interna o lo afirmarán los que tengan pruebas. En la cancha nunca dejó a gamba. Siempre rindió y potenció a la selección.
Para muchos es el mejor de la historia de este país. La subjetividad de lo discutible. Lo objetivo marca que fue el único uruguayo en llegar a la NBA. Fue campeón en Israel, Grecia, Turquía e Italia. Jugó los principales torneos a nivel de clubes en el Mundo.
El mejor recuerdo vestido de celeste fue al conseguir la medalla de bronce en los Panamericanos de 2007 en Río de Janeiro, en el recordado partido con Argentina que se fue a alargue con el cachetazo de Sebastián Izaguirre.
El tiempo agrandará su legado y marcará cuanto lo vamos a extrañar. El agradecimiento eterno se mezcla con el lamento de no haber conseguido más. Todos lo hubiéramos disfrutado, pero nadie lo merecía más que Esteban Batista.
