Misionero por imposición barrial. Ahí transitó su infancia forjando valores, amistades y un amor para siempre. No solo se enamoró del club, ahí fue donde conoció a su esposa. Jorge Fossati nos cuenta la historia de su escuela de vida, el viejo Goes.
Nació en Isla de Gaspar 2486, esquina Camino Carrasco, pero literalmente, eh. Nació ahí, en su casa, no en un sanatorio como sería lo normal hoy en día. A los cinco años el viejo heredó una propiedad de su abuelo en el barrio Goes, por la calle Guaviyú. Y ahí, a sus seis años, se dio el puntapié inicial con su pasión más grande: el Club Atlético Goes: “no conozco alguien que viva en el barrio y no sea hincha de Goes”.
Se crio por las calles de la zona, donde pasaba horas y horas jugando junto con Oscar, su hermano mayor. Ese que tenía un poco más de permiso para alejarse a más de dos cuadras de distancia de su casa. Entonces, el Jorge gurí aprovechó eso para dar sus primeras escapadas a la imponente Plaza de las Misiones. Sin recordar exactamente a qué edad, comenzó a jugar en las formativas del club, donde llegó a tener algunos minutos en primera división, aunque lo reconoce tímidamente. Como si le diera vergüenza afirmar semejante logro.
Aquel pibe flaco y alto, asume que en aquel entonces “si tuviera un medidor de pasión, yo no sé si no me daba mucho más alto el básquet que el fútbol”. Es que así vivía el deporte, atrás del aro, parado, cantando e increpándole alguna cosita al juez de turno. El hecho de entrar al club, saludarte con todo el mundo, de ser amigo de los jugadores, en fin, “el sentirte parte de una familia tan grande, es maravilloso”.

Él nos intenta poner en contexto de aquellos tiempos, donde la vida social del club era muchísimo más familiera que hoy, pero no solo la de Goes, sino la de todos los equipos de barrio. Los carnavales del Goes eran “algo majestuoso”, una cita de honor que no podías faltar ni un día. Pero Jorge continúa intentando explicar todo lo que vivió por aquellos años, un escenario que hoy en día es inimaginable, recuerda ver a sus ídolos: tipos como “Mono” Vignola, Waldemar Rial, “Flaco” Lespada, Daniel Sabini, Raúl Caputti, quienes durante el mes de carnaval, laburaban en los puestos; uno vendiendo refrescos, otros haciendo la parrilla. Todos trabajando para la institución, ya que era en la época del año que más ingreso tenía: “no es una locura mía, ni algo que estoy inventando por estar viejo, el carnaval de Goes explotaba de gente, todos los días, todas las noches. Era una locura”.
Si el carnaval se ponía lindo, imagínense lo que eran los bailes de los sábados en la propia cancha. En una de esas noches conoció a su esposa, con la que hoy lleva 45 años de casados. En ese momento, hija del presidente de Goes, Esteban Rodríguez. Con una cuota de casualidad y con otra de planificación, como lo hace desde hace 27 años dirigiendo, surgió este amor. Adriana no iba ir ese sábado, pero “El mono” y Carmen Vignola, quienes habían notado una onda especial entre los dos, le pidieron a su futuro suegro, que la dejara ir. Así fue. Adriana dijo presente en el club y allí empezó la historia de amor dentro del amor de ambos, el Goes. Pero rápidamente fue avisado por ‘el negro’ Acosta: “Jorge, no te vayas a hacer el vivo, mirá que es la hija de Pocholo, acá venís en serio o no vengas…”. Ante esta ‘presión’, Jorge fue al frente y la sacó a bailar, pero a los diez minutitos, ante un tole tole, se armó un lío de aquellos que terminó suspendiendo el baile. El flaco ligó tan pero tan mal, que no pudo ni rescatar el teléfono de la casa de Adriana. Como si fuera poco, ese era el último sábado de carnaval, pero al finde siguiente, esa misma barra que hizo lo imposible para que Adriana fuera ese sábado al Goes, organizaron una cena, que terminó siendo el puntapié inicial de la relación.

Por aquel entonces, Fossati ya jugaba profesionalmente al futbol. Aunque increíblemente, el cambio de un deporte al otro se dio inconscientemente y casi sin quererlo. “De atrevido” llegó a jugar en la primera de Goes. Pero en esos tiempos, el básquet no era considerado un deporte profesional, y en Rampla ya le habían hecho contrato. Y a sus 17 años y con la imposibilidad de no poder estar federado en ambos deportes, ni siquiera pudo optar por uno u otro: “no fue una decisión que yo tomé, se dieron las cosas de esa manera y bueno… vaya saber quién, la vida, Dios, me llevó a esto”. Ojo, no quita que el futbol no le gustara, pero era el Goes, y dejarlo era bravísimo.
Lo que no dejó fue el básquet, ya que jugó un par de años más, con carnet cambiado de forma ilegal, en cuarta división. Siendo un pibe, defendiendo la pilcha del ya desaparecido Universal, cerquita del club, donde recuerda entre risas llevarse cada piñazo, que luego costaba recuperarse.

El bitumen de las canchas y las rodillas, hicieron que terminara de alejarse definitivamente, ya que el practicar los dos deportes casi le genera también el retiro en el futbol, donde varios médicos le aseguraron que posiblemente no podía jugar más por un problema en la rodilla. A pesar de esto, Jorge debutó en Rampla, y el resto fue historia.
Pero el básquet no solo lo disfrutó como jugador, sino que lo ayudó en toda su carrera como golero y ahora, hace un buen tiempo, como entrenador. “El tener adquirido el doble ritmo me ayudó un montón”, confiesa que tuvo y tiene varios jugadores en primera división a los que esos movimientos y conceptos, o no los tienen o les cuesta horrores. Como entrenador, aplicó aún más cosas del básquet, y que pregona que hace falta “más conceptos y fundamentos del básquet en las formativas del futbol”, principalmente para que el futbolista que llega a primera división no tenga tantos errores de percepción y “ochocientas cosas más” que Jorge podría nombrarnos y enseñarnos. Pero el tema de la charla ya sabemos cuál es y él lo sabe, no va dejar de hablar de su club.
Sentado en la sala de reuniones, recuerda como en su infancia, el pasaba todo el día ahí. Practicando o sencillamente parando la oreja mientras parroquianos de la cantina, junto con los jugadores jugaban algún truquito y contaban anécdotas. Es que, para él, un club debe ser eso, un complemento a la educación de la casa, “hoy a mi edad, no puedo imaginar mi vida sin todo lo que viví y aprendí de este club”.
¿Lo deportivo? Luego de tantos minutos de charla pasa a ser anecdótico, Goes es su casa, es su familia. Mirá si este tipo va cambiar la pasión por estos colores por un resultado. Lo que sí puede ser que con el tiempo haya cambiado, es la forma con la que hoy vive esta pasión. Ojo, es obvio que su estado de ánimo cambia si Goes gana o pierde, se alegra y se amarga. Pero antes se iba a otro extremo. Sigue dependiendo de eso, de que Goes siempre anote al menos un puntito más que el rival. Pero le llevó varios años comprender y ser consciente que “somos un club de barrio, compitiendo en el básquetbol profesional porque no tenemos otro remedio y hay que hacerlo”. Porque más de allá de que el hincha se ilusiona cada vez que arranca una nueva temporada, todos sabemos lo importante que es la parte económica en este deporte y “el básquet es más lógico que el futbol, vos en el futbol a través de la estrategia, podés disminuir al rival y en un bochazo le podés ganar. Eso en el básquet es casi imposible”.
Y ahí se le iluminan los ojos al hablar de lo más importante que para él tiene Goes: su gente. Que por más que caigan cuatro o cinco sponsors, son los que mantienen al club. No solo en lo económico, el de pagar una cuota social, sino en algo más importante, en la fidelidad, y en el plus que la hinchada te puede dar en la tribuna, porque para él: “el jugador siente el empuje que le da la gente” y “es por eso, por la gente, es que todo hincha se ilusiona con ver a Goes campeón”.

Ellos saben que tienen ese plus, el que muy pocos tienen, en eso se basa la ilusión misionera, porque además para Jorge, gracias a eso “un jugador que rinde 6 puntos, en Goes te va rendir para 8, solo por su hinchada”.
Siete años tenía Fossati la última vez que Goes fue campeón Federal, allá por el año 1959. Lo recuerda, pero al mismo tiempo no. Era muy chico, y recién se había mudado para estos lados. Lo añora, aunque se sincera y prefiere seguir apostando a lo edilicio que a lo deportivo. Dejar las bases marcadas para que la institución siga creciendo. Recuerda fervientemente ascensos logrados, “que no serán campeonatos de Liga, ¿pero a mí que me importa? Para mí es como ser campeones de la Champions”. Como aquel Clausura que hace poco le dio la clasificación a la Liga Sudamericana, que la vivió en una plaza llena, con sus nietos, en familia.
Fue un recuerdo inolvidable, no por lo deportivo, sino por ver reflejado la pasión a flor de piel en todos los Fossati, ya que “si mis hijas, nietos, mi mujer, mis hermanos y mis amigos no sienten, ni viven a Goes como lo hacen, esto no tendría más gracia”. Es que la bocha es cortita, y quedó clarísimo: vos no podés ser hincha de Goes si dependes de los resultados, sería “algo irrisorio, no sería algo fundado en certezas”.

Hoy, su felicidad pasa por ver como disfrutan al club, que se alegran con las victorias y mastican bronca con las derrotas. Disfruta de ver a su nieto pasar tardes enteras practicando y jugando en los minis de Goes. Disfruta de ver el crecimiento institucional del club, el mismo que en plena desafiliación, varios quisieron ir a embargar.
Pero que en ningún momento tuvo miedo de que eso sucediera, el sentimiento por Goes siempre pudo más, siempre contó con algo más grande atrás, su gente. Esa que se bancó todas, “sin su gente Goes estaría en cuarta, compitiendo en una liga de barrio”.
Una historia de un tipo que en el único lugar donde es uno más, es en Vilardebó y Ramón del Valle Inclán. Donde aprendió, creció y vivió todas. Donde conoció a la mujer de su vida, a sus amigos de siempre y una pasión que lleva como religión, es que… “¿Imagínate cómo yo puedo desprenderme de esta pasión? Con tantas cosas que me pasaron y viví con el club, es imposible”. Y sí, creo que no hace falta decir mucho más. Jorge ya lo dijo todo: Goes, es su escuela de vida.