Se terminó el legado y lo sufrimos todos. La derrota de Argentina a mano de Estados Unidos fue el punto final para una generación que transmitió valores que exceden la cancha de básquet. La emoción de los recuerdos se conjugó con el dolor de la despedida.

Nos enseñaron tanto que es difícil saber por donde empezar. Ganaron tanto y a todo, que cuesta entender como mantuvieron la humildad hasta el final. Transmitieron valores que van más allá del deporte, consiguieron hinchas ajenos por su forma de ser y defender la camiseta.

Arrancaron en Indianápolis, dieron el batacazo de vencer por primera vez al Dream Team, y sufrieron un robo a mano armada en la final con Yugoslavia. Chocaron con un muro gigante a pasitos de la hazaña.

Dos años más tarde, en vez de caerse, se levantaron más fuertes. Fueron a los Juegos Olímpicos de Atenas para bañarse en oro, otra vez dejando a Estados Unidos en el camino. Tocaron la gloria, la disfrutaron, pero no perdieron su humildad. Ahí arrancaron a demostrar su valía, como jugadores de básquetbol, obvio, pero también como personas.

Fueron los referentes perfectos. Manu, en un video, explicó que a él nadie le regaló nada y que tuvo que “romperse el culo” para llegar. El ídolo máximo con un mensaje directo al corazón y a la razón de todos los que sueñan ser como él.

Respetaron la camiseta como caudillos de antaño. Conjugaron el tirarse de cabeza del Chapu con el pick central perfecto entre Ginobili y Scola, la transpiración de la camiseta de Oberto con la elegancia de Delfino. Priorizaron el equipo sobre sus egos. Jugaron ese basquet soñado que solo se alcanza cuando el bienestar colectivo va más allá del destaque personal.

De ahí aprendieron los Campazzo, los Garino, los Brussino, y tantos otros cracks que no llegaron. Fue fácil entender el mensaje de un espejo perfecto que no permitió perder detalles.

Fueron millonarios de NBA que lideraron la lucha de la Asociación de Jugadores (ADJ) por los sueldos de sus colegas de TNA, fueron quienes pusieron en riesgo el vestir la camiseta de Argentina en el Mundial de España –con lo que eso les gusta- para terminar con las irregularidades directrices de la Confederación Argentina de Básquetbol (CABB).

Pregonaron valores siempre. Se despidieron a lo grande. Va a ser difícil de olvidar el partido mágico que le ganaron a Brasil en dos alargues, con los huevos de Nocioni y la desfachatez de Campazzo. Que lindo fue lo que jugó Manu contra Croacia o la clase de humanidad de Scola al Diario Olé.

Solo ellos lograron que Delfino después de tres años de inactividad hiciera todo por llegar al Juego Olímpico, que Hermann con todas las que pasó quisiera volver a jugar con sus amigos, o que Oberto encontrara en la Generación Dorada el remedio indicado para un corazón que le impuso dejar el deporte por problemas cardíacos.

Se terminó el legado. Ese que arrancó en 2002 y que por 14 años no paró de enamorarnos. No van a estar nunca más juntos adentro de una cancha, pero el recuerdo y las enseñanzas serán eternas.

Gracias Generación Dorada.