Larrañaga quedó varias veces al borde de la cornisa pero siempre se recuperó y esa constante lo llevó al ascenso.

Por afano fue el equipo que mejor jugó al básquetbol en la fase regular, en el cierre perdió algunos partidos que lo llevaron al triple empate y no lograr lo que a falta de un par de fechas tenía a la mano, el ascenso directo. Parecía anímicamente liquidado, mucho más luego de perder por Cordón –por primera vez-, pero se mantuvo con vida al ganarle de atrás a Lagomar.

Esperó en la final y le tocó caer nuevamente ante el albiceleste, esta vez de la forma más dolorosa: con un doble en la hora. Para colmo, perdía a Emiliano Suárez que se sumaba a la baja de Santiago Álvarez por lesión.

Jugó uno de sus peores partidos ante San Telmo y arrancó la llave abajo. Sin margen de error, ganó los dos restantes. El último épico, de atrás, con aquel robo y gol de Diego Silva. En ese tercer encuentro, ya no jugó Federico Ledanis por la fractura.

Diezmadísimo se comió una paliza ante Auriblanco por 23. Otra vez en el piso, golpeado, como tantas veces. Pero, otra vez resucitó de la muerte, una constante en esta campaña del milrayita que de tanto pelearla y zafar de situaciones límites, terminó festejando.

Una temporada que refleja que, además de buen juego, tuvo la fortaleza mental suficiente para salir siempre adelante.