Auriblanco fue un digno rival de Larrañaga. Su gente, que colmó las tribunas de Tabaré, se fue masticando la bronca pero respetando el festejo, algo para elogiar en los tiempos que corren.

Esta campaña de Auriblanco quedará en el recuerdo. Un club humilde, bien de barrio, con cantina siempre abierta, de los de antes, que ya casi no quedan. Estuvo a minutos de hacer historia y ascender para jugar por primera vez en sus 55 años de vida en la segunda división del básquetbol uruguayo. No se le dio.

Revolucionó al barrio. Fue impresionante la cantidad de gente que movió el Auri en esta definición. Una barbaridad de público acompañó con banderas, globos, papel picado y muchas cosas más. Fue una fiesta.

Más allá del colorido en las tribunas, es de destacar la conducta de la hinchada papal. Que alentó hasta que hubo chances deportivas. Tras asimilar la derrota, ovacionó a sus jugadores agradeciéndole por la campaña y se retiró en silencio, masticando la bronca, dejando festejar al rival. Algo para destacar en tiempos que corren.

Tras el encuentro, hubo una comida en el club, con dirigentes, allegados, hinchas, cuerpo técnico y los jugadores. Cuando pase la bronca se darán cuenta de que lo que hicieron fue muy bueno, en lo deportivo y en lo social, llenaron de felicidad y entusiasmo el barrio.